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martes, 10 de julio de 2012

Gris

Era pequeño, oscuro y delicado. Llegó a nosotros porque así lo quiso el destino, Daniel me dio la sorpresa y se ilusionó, como en otras ocasiones. Le dimos mimo, calor y alimento, imaginamos qué haríamos después con él, deseamos lo mejor. Durante unas horas disfrutamos de su compañía y no dejamos de acariciarle, pero no fue suficiente.
Una tarde le noté frío y silencioso, y supe que no estaba bien. Empezamos a imaginar otro final. Y al amanecer se fue, dejándonos un sabor amargo en los labios y tristeza.
Gris era un pequeño vencejo caído de su nido, quizá por accidente o porque estaba enfermo, quién sabe, deseamos criarlo y soltarlo al aire para que al final del verano emigrara con su bandada, pero no pudo ser. Gris tenía otra misión, él vino para enseñarnos de nuevo lo hermoso que es cuidar del enfermo, lo bello de dar cariño, la fortuna de dar alivio al que sufre. Gris nos hizo emocionarnos, nos hizo soñar, nos llenó unos días de felicidad.
Ahora descansa bajo un precioso níspero, en el patio de mi madre, Daniel le enterró con todos los honores, con cariño infinito lo envolvió en un improvisado sudario de papel y le puso en un ataúd muy digno, una caja de café, y le llevó con amor a su cementerio. Cavó con una pala la tumba correcta y lo cubrió con piedras para que ningún animal pudiera profanarlo, y luego, con su infinita inocencia de niño depositó una flor en la sepultura.
Gracias Gris, nunca olvidaré la expresión triste pero aliviada de mi niño cuando nos fuimos con la sensación de haber hecho lo correcto, le has hecho mucho bien a Daniel, él no te olvidará nunca, te lo aseguro, te llevará siempre en su corazón, y ademas, quizás hayas contribuido sin saberlo a ayudarle a decidir lo que quiere ser de mayor, seguro, veterinario. Y ahora, cada vez que miremos al cielo y veamos el vuelo de los vencejos, te veremos volar a ti.


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